domingo, 6 de abril de 2008

Hebreos 3:1-6

MOISES Y JESUS.


Introducción.

Uno de los personajes más imponentes del Antiguo Testamento es el escritor de los primeros cinco libros de la Biblia. Es el hombre que nació esclavo y fue criado como príncipe. Es el caudillo que sacó de esclavitud a Israel de Egipto. Es el que recibió la ley divina de las manos del Creador. Ya sabes quien es. Se llama Moisés.
La historia de Moisés empezó con una emocionante intervención divina. La nación de Israel ya había estado en Egipto por cuatrocientos años. Durante buena parte de ese tiempo habían servido como esclavos a los egipcios. Al nacer el niño Moisés, estaba bajo sentencia de muerte por el cruel edicto del rey diciendo que todo niño israelita varón tuvo que ser echado al río Nilo. Su madre obedeció el edicto, pero hizo una canasta para protegerle del agua. Dios hizo que pasara la hija del rey, que viera al niño, y que tuviera compasión de él. Ella lo adoptó y lo crió en el palacio con los demás príncipes.
A los cuarenta años, Moisés tomó una decisión decisiva. Quiso identificarse con su pueblo Israel, aunque perdería para siempre los privilegios que había disfrutado en la corte de Faraón. Creyendo que estaba sirviendo a Dios, mató a un egipcio por maltratar a un israelita. Luego huyó del país, y vivió como pastor de ovejas en la tierra de Madián durante otros cuarenta años.
A los ochenta años, la vida de Moisés tomó una gira completa. Dios se le apareció en un arbusto ardiendo, y lo comisionó para regresar a Egipto y confrontar a Faraón. Le prometió que por su mano rescataría a Israel de la esclavitud. Al principio Moisés se negó a regresar a Egipto, pero Dios venció todos sus excusas, y al fin obedeció. La confrontación de Moisés y su hermano Aarón con Faraón fue emocionante. Dios azotó la nación de Egipto con nueve plagas y terminó con el juicio de quitar la vida a todos los primogénitos en el país. Solamente los que esparcían la sangre de un cordero perfecto sobre el dintel y los postes de la puerta de la casa escaparon.
La nación de Israel salió de Egipto la noche de esta primera pascua. Moisés guió a los israelitas durante cuarenta años mientras peregrinaban por el desierto entre Egipto y Canaán. Durante este período Dios mostró su poder de manera extraordinaria, alimentó a su pueblo, y dictó la ley a su siervo Moisés. Durante todo este tiempo, Moisés sirvió fielmente al Señor. Hablaba personalmente con él, y enseñaba con fidelidad y celo la palabra de Dios al pueblo. Cuando murió a los ciento veinte años, Moisés había grabado su nombre en el corazón de la nación de Israel. Era su héroe, su caudillo, y su ejemplo. ¿Quién pudiera superar a Moisés como líder de Israel y del pueblo de Dios a nivel mundial? En Hebreos vemos quién es el superior a Moisés. Lo estudiaremos en la presente lección.

MOISES EL SIERVO — CRISTO EL HIJO. Hebreos 3:1-6

1. Jesús: fiel apóstol y sumo sacerdote. Hebreos 3:1-2.
Por tanto, hermanos santos, participantes del llamamiento celestial, considerad al apóstol y sumo sacerdote de nuestra profesión, Cristo Jesús, el cual es fiel al que le constituyó, como también lo fue Moisés en toda la casa de Dios.

La carta a los Hebreos está dirigida a creyentes en Cristo. Sabemos con seguridad esto por dos frases en este versículo:
• Los recipientes son “hermanos santos”. Solamente los que han sido lavados por la sangre de Cristo pueden ser llamados santos. Dios nos purifica del pecado cuando confiamos en Jesús nuestro Salvador, y a la vez nos regala la justicia de Cristo (Romanos 5:1). Siendo purificados del pecado y separados para Dios, pertenecemos a la familia de Dios. Somos sus hijos por adopción, y por eso somos hermanos. ¡Qué hermosa relación tenemos con nuestro Salvador y con todos los redimidos!
• Los recipientes son “participantes del llamamiento celestial”. La palabra “participantes” quiere decir literalmente “socios” o “compañeros”. Todos juntos hemos sido llamados por el mismo Amante celestial, hemos respondido a su voz, y estamos unidos en una banda de compañerismo con él y con nuestros hermanos. Los que somos de Cristo nunca tendremos que sentirnos aislados ni solitarios. Formamos parte de una gran compañía de santos redimidos. Pertenecemos para siempre al Dios que murió por nosotros y resucitó en poder y gloria.
El escritor de Hebreos nos invita como hijos de Dios a considerar a Jesús. La palabra “considerar” quiere decir “mirar con gran atención o escudriñar”. Debemos estudiar detenidamente a nuestro Salvador, porque es del todo maravilloso. Entre más lo consideramos, más nos enamoramos de él. No hay mancha alguna en él, y del todo es perfecto y admirable.
Vemos a continuación dos títulos de Jesús. El primero es sorprendente, y el segundo iremos estudiando detalladamente al continuar examinando el libro de Hebreos. ¿Cuáles son estos dos títulos?
• Apóstol. Esta es la única ocasión en la Biblia que Jesús se llama apóstol, pero en varias ocasiones se nos dice que él fue enviado por Dios. Apóstol quiere decir sencillamente “mensajero o embajador”. Jesús fue un apóstol en el sentido que Dios Padre lo envió al mundo para revelar cómo es Dios y para proclamar su mensaje.

El apóstol Juan repite muchas veces que Jesús fue enviado del Padre. ¿Qué aprendes acerca de su comisión en los siguientes versículos?

Juan 3:17. El Padre envió a Jesús al mundo para salvar el mundo.
Juan 3:34. El Padre envió a Jesús al mundo para proclamar sus palabras al mundo.
Juan 5:36. El Padre dio ciertas obras a Jesús que hacer mientras estaba en el mundo.
Juan 6:29. Los que quieren hacer las obras de Dios deben creer a su mensajero, Jesús.
Juan 17:3. Jesús fue enviado al mundo para que conociéramos a Dios y así tener vida eterna.

• Sumo sacerdote. Como apóstol Jesús trajo el mensaje del Padre al mundo. Como sumo sacerdote, representa a los creyentes delante del Padre.

Los siguientes versículos hablan de las maneras que Jesús nos representa delante del Padre. ¿Qué aprendes acerca de su ministerio en cada texto?

1ª de Juan 2:1. Cuando pecamos, Jesús nos defiende delante del Padre. Muestra sus heridas por las cuales compró nuestra salvación. Su sangre derramada es la base de su defensa.
Romanos 8:34. Nadie nos puede condenar, ni Dios mismo, porque Jesús murió por nosotros, derramó su sangre a nuestro favor, y está a la diestra del Padre intercediendo por nosotros.
Hebreos 7:25. Nuestra salvación es segura, porque se basa en la intercesión perpetua de nuestro admirable Salvador.

Ahora bien, el autor de Hebreos escribió la carta con el propósito de ayudar a los creyentes judíos a resistir la tentación de volver al judaísmo. Para lograr este fin, presenta a Cristo como superior a todo lo que conocían antes de convertirse. En este pasaje, está enseñando que Jesús es superior a Moisés.
En Hebreos 3:2 llama la atención a la fidelidad de Jesús y a la de Moisés. Tanto Moisés como Jesús cumplieron fielmente la obra que Dios les dio. Vamos a comparar el ministerio de los dos.


MOISES: Intercedió por Israel (Exodo 32:11-14)
JESUS: Intercede perpetuamente por los que confían en él (Romanos 8:34).

MOISES: Recibió la ley, y la entregó a la nación (Exodo 20:1-21).
JESUS: Compartió con sus discípulos todo el mensaje que el Padre le había dado (Jn.17:7-8).

MOISES: Alimentó a Israel por cuarenta años con el maná que Dios proveyó (Exodo 16:4).
JESUS: Alimenta espiritualmente para siempre a los que confían en él (Juan 6:32-35).

MOISES: Fue el instrumento por el cual Israel recibió la ley (Juan 1:17).
JESUS: Fue el instrumento por el cual la gracia y la verdad de Dios entró en el mundo (Juan 1:17).

Estos son apenas unas cuantas de las muchas comparaciones que pudiéramos hacer entre el ministerio de Moisés y el de Jesús. Aunque los dos eran fieles en hacer la voluntad de Dios, vemos en cada caso que el ministerio de Jesús es superior al de Moisés. Es más perdurable, y más profundo. La intercesión de Moisés fue efectiva en el momento, pero la intercesión de Jesús es eterna. La ley fue excelente, pero la gracia que Jesús trae es inmensa y sin igual. El maná alimentó físicamente a Israel durante cuarenta años, pero Jesús alimenta espiritualmente a los suyos continuamente y para siempre. La ley fue débil porque dependía de la obediencia humana para traer bendición. La gracia de Dios es segura porque depende de la obediencia de Jesús para traer bendición.

2. Jesús el Creador tiene más gloria que Moisés el siervo. Hebreos 3:3-4.
Porque de tanto mayor gloria que Moisés es estimado digno éste, cuanto tiene mayor honra que la casa el que la hizo. Porque toda casa es hecha por alguno; pero el que hizo todas las cosas es Dios.

El que hace una casa tiene más gloria que el que la administra. En estos versículos la palabra “casa” se usa simbólicamente para referirse al pueblo de Dios. Moisés a la verdad administró la casa de Dios (la nación de Israel) cuando guío a la nación de Israel de Egipto a Canaán. Jesús en cambió es el Creador de la casa (tanto Israel como la Iglesia).
Esta es una fuerte evidencia para la deidad de Jesús. Si Jesús hizo la casa, y Dios hizo todas las cosas, Jesús tiene que ser Dios.

3. Moisés fue fiel en cumplir sus deberes como siervo. Hebreos 3:5.
Y Moisés a la verdad fue fiel en toda la casa de Dios, como siervo, para testimonio de lo que se iba a decir;

Moisés sirvió muy bien a Dios como un siervo en su casa. Hemos visto algunas de las maneras que sirvió al Señor mientras guío a la nación de Israel por el desierto. Fue un ministerio arduo, ya que los israelitas no fueron fáciles de gobernar. En varias ocasiones levantaron piedras para matarlo, y sólo Dios lo rescató. Moisés se desanimó más de una vez, y exasperado clamó a Dios que lo librara de tener que soportar un pueblo tan necio y rebelde. Sin embargo, cumplió fielmente su ministerio hasta que Dios lo llamó para estar con él.
La palabra “siervo” en este versículo no quiere decir esclavo ni empleado. Quiere decir alguien que sirve a otro por amor. El servicio de Moisés fue mucho más allá de él de un asalariado o un esclavo obligado a servir. Moisés guió a Israel y obedeció a Dios porque amaba a su Patrón celestial, y amaba al pueblo que estaba bajo su cargo. Moisés nos da ejemplo de servicio abnegado, y de una vida consagrado completamente al Señor. Aunque cometió errores, estos no cambiaron en nada el enfoque de su vida y de su amor.

4. Jesús es fiel como Hijo sobre su casa. Hebreos 3:6.
pero Cristo como hijo sobre su casa, la cual casa somos nosotros, si retenemos firme hasta el fin la confianza y el gloriarnos en la esperanza.

Moisés fue fiel como siervo en la casa, pero Jesús es fiel como el dueño de la casa. Y ¿cuál es esta casa de que Jesús es Dueño? Pues claro, somos nosotros, los que hemos confiado en él como nuestro Salvador.
Algunos han malinterpretado la última frase de este versículo diciendo que si no nos mantenemos firme en nuestra fe, podemos perder la salvación. Como en todos los casos, tenemos que entender el pasaje con relación a su contexto. En este caso, el propósito de todo el libro de Hebreos es darnos confianza en la seguridad de la salvación que Dios nos ha regalado, basada en el sacrificio de Jesús. La idea no es que tenemos que seguir confiando para asegurar nuestra salvación, sino que nuestra confianza es una prueba de que somos de Dios. En Romanos 8:16 el apóstol Pablo explica que el mismo Espíritu Santo es el que confirma en nuestro corazón que somos hijos de Dios. El Espíritu Santo nos da confianza basada en la obra que Jesús hizo a nuestro favor.
La palabra “confianza” incluye la idea en el griego de tener “libertad para hablar y transparencia de vida”. Cuando existe plena confianza entre una pareja, ellos tienen libertad para comunicarse el uno al otro a un nivel muy profundo. No tienen nada que esconderse el uno del otro. Se deleitan cuando están juntos y pueden compartir la vida entre sí. Esta clase de confianza no se puede legislar. Es un producto de la fidelidad entre los dos, y del amor profundo que los une.
Esta es la relación que Dios anhela con nosotros. No quiere que haya barreras entre él y nosotros. No quiere que le tengamos miedo, ni que dudemos de nuestra relación con él. El nos acepta por lo que Jesús hizo por nosotros en la cruz. Nada de lo que hacemos ni dejamos de hacer puede cambiar el sacrificio perfecto del divino Hijo de Dios. Nuestra confianza, luego está firme. Nuestra comunión no tiene estorbo. Nuestro gozo crece cada día más, y nuestra esperanza de un futuro de plena felicidad en su presencia es segura.